¡Buenas noches! x)
Escribí esto hace bastante tiempo atrás, para un concurso de fics en el que participé en representación del Death Note Clan.
Gracias de antemano por leerlo, criticarlo y adjuntar sus ideas de una posible continuación. ¡Por la gloria de Kira!
Si alguien se interesa por contactarme para comentar ideas en el chat, con gusto los recibiré en el messenger: teru.mikami.k@gmail.com
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Sin embargo, la trama gira en una especie de continuación de lo conocido como el final del manga de Death Note, ya que nunca se especificó (hasta el one shot de 2008) si Teru Mikami había fallecido tras los incidentes del Yellow Box.
: · : MEMORIAS : · :
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Cuando Lester abrió los ojos, la ventana del vagón le mostraba el cielo japonés más límpido y extraño que hubiese visto desde que se dio cuenta de que miraba al cielo con frecuencia. Hacía dos meses que no se había percatado de la nueva costumbre que tomaba cuando salía de las oficinas del que alguna vez, hace mucho tiempo, se había llamado el “SPK”.
“Y ahora esta pesadilla se inicia otra vez” – Lester tenía en mente que la única forma de conseguir las pruebas definitivas eran ingresando al cuartel de operaciones de la policía japonesa. Por esa razón estaba en Japón de nuevo. Necesitaba información. Hasta el momento, todos los indicios de que el nuevo Kira tenía contacto con las esferas gubernamentales y la Policía eran evidentes.
“¿Por qué demonios Japón otra vez? ¿Qué es lo que atrae tanto de ese país tan… repugnante a esos Dioses de la Muerte? ”. En un día, Lester había hecho el viaje desde Gran Bretaña hasta Yokohama, en un vuelo charter directo. Ponerse al tanto con la laptop de las noticias que habían sucedido para que su designación como Jefe de Inteligencia de la Guardia de Su Majestad, el Rey Carlos, se viera retractada por “órdenes superiores” le era completamente desagradable; mas aún después de haberse convencido por completo de que los incidentes acaecidos hace poco ya no tendrían mayor parangón.
Al leer que los encabezados de los diarios on-line mencionaban la “nueva actividad de Kira”, sabía que se trataba de un nuevo cuaderno.
“¡En este momento, si tuviera una Death Note conmigo, haría el intercambio de los ojos y llegado el momento, con gusto anotaría el nombre de este infeliz!”
Sólo sabía que Near le estaría esperando en el paseo marítimo de Minato Mirai, y antes de que se preguntara como llegar, un taxi se paró frente a él mientras sus pesados parpados veían las baldosas de las gradas de la estación.
- ¿Señor Logan, verdad? – Lester miró extrañado a su interlocutor, pero se percató al instante.
- S... sí.
- Suba.
Tal vez fue la entonación en la voz de ese joven al volante, o tal vez que nunca había sentido el frío nocturno de Japón en la camiseta sudada; pero lo cierto es que en seguida Lester presintió que no viviría para contar los hechos que sucederían a partir de entonces.
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El Fiscal Mikami había tenido un domingo muy activo. Las reuniones con el Juez Hamomo le dejaban un sabor muy dulce, el sabor de la sangre a la que se había acostumbrado a beber -imaginariamente- de aquellos sobre los que recaían sus investigaciones. Aquellos que, para él... ya estaban condenados.
Teru sabía guardar muy bien las apariencias, el tiempo había hecho que su profesionalidad en el arte del autoengaño aumentase. Tres años habían sido suficientes para que su carrera repunte y ahora se halle investido del cargo de Fiscal General del país de los cuatro archipiélagos. Ahora poco le importaba si en realidad impartía justicia, a pesar de no ser él el llamado a juzgar, sino más bien, siendo parte del engranaje de los designios que el recuerdo de Light Yagami le había impuesto como modo de vida. Desde que Dios abandonó la tierra, para él y para la culpa que manejaba continuamente como excusa para seguir viviendo, solo había una razón para seguir adelante.
Esa mañana, ante el Tribunal Superior de Hiroshima, Mikami había propugnado la pena de muerte para Iraizos Kuroyanagi, un ecuatoriano de ascendencia japonesa acusado de violación y asesinato posterior a Kai Kinoshita, una niña de seis años. El caso había demorado la aplicación de una sentencia demasiado tiempo, siendo archivado y esperando prescripción. Pero cuando Mikami revisó los expedientes del Archivo central de la Prefectura de Nagano en 2005, hizo prevalecer dos decretos imperiales con los que consiguió que esa tarde Kuroyanagi fuera enviado a la cámara de gas convirtiéndose en el primer latino sentenciado a la pena capital en Japón. La ejecución sería esta mañana de lunes, a medio día.
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- En el anterior juicio, él adujo haber escuchado “voces demoníacas” cuando supuestamente cometió el crimen. – comentó Hamomo mientras esperaban que el preso llegue a la cámara. Un monitor LCD se encendió enseguida en el amplio y confortable despacho del Juez.
- Era evidente que saldría con una excusa tan rebuscada. Todos lo hacen. Hasta ahora siempre les había funcionado alegar demencia o alguna causal menor de inimputabilidad. – agregó Mikami acomodándose el pelo tras su oreja derecha para poder oír mejor la transmisión de la “eliminación”.
- Pero... embalar el cadáver en la caja de cartón de su refrigerador para luego abandonarlo en el río... fue demasiado inteligente para una persona que… no pudiendo ingresar en una universidad de paga… usted entiende…
El monitor transmitía ya la frenética actividad de los encargados del salón.
- Mira.... ahí va, me sorprende que se vea tan decidido. – siguió diciendo Hamomo – Posiblemente ni tenga idea de lo que es una cámara de ga...
En ese momento él, agarrándose el pecho con la mano izquierda y hundiéndose las uñas de la otra en el torso, en un intento desesperado e inútil por evitar que el dolor se apodere de sí mismo, lanza un alarido ininteligible, como el lamento de un perro. Resbala de la silla gritando con todas sus fuerzas por una fracción de segundo.
El infarto que sufrió le desfigura el rostro por completo. Teru mira la escena de reojo, y un gesto muy extraño en su cara casi se forma, por poco: la mueca de alegría al ver la muerte de un ser tan corrupto. Ya no sentía ninguna culpa por haberle utilizado en el juicio. De todas formas, él tenia sus planes hechos, y estaban saliendo bien… quizás fue eso lo que impidió que sonriera en esa escena.
Se fijó en el monitor. Hace unos instantes, Kuroyanagi estaba solo en la cámara de gas, sentado y esposado; y se le veía desesperado, gritando. Y de repente se calló. No se movió más. Justo en el momento en que iban a liberar el VX, se percataron de que ya estaba inconsciente. Para el sistema penal japonés, el escarmiento es considerado como la finalidad de la pena. Es como si no tuviera “gracia” la “eliminación” del antisocial por ser un mal para la sociedad. Lo importante es que consiga un arrepentimiento en los últimos momentos que le quedan de vida, a raíz del sufrimiento y la agonía que experimenta en base a la legalidad de esa su punibilidad. Al menos, esa era la firme convicción de Mikami, quien ahora si sonreía viendo como los administrativos del penal de Abashiri constataban que Kuroyanagi había fallecido. Sus ojos brillaron cuando reconoció los movimientos de sus labios.
Decían, “ha sido Kira” mientras se miraban entre sí con estupor.
Nada de esto le sorprendía. El ya sabía de antemano que sucedería; lo estaba disfrutando en la soledad de ese despacho. No había ningún shinigami con él, estaba completamente solo. Mikami apagó el monitor y se dispuso a salir del despacho a comunicar el deceso de su ‘colega’. El escándalo que se armaría en la Auxiliatura la Sala Penal de Hokkaido sería un evento inolvidable.
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Los decesos de Hamomo, nombrado por el mismo Emperador, de siete altos magistrados del Tribunal Supremo de Justicia y de los jueces de ocho Cortes de Distrito en los cuatro archipiélagos trece minutos antes de medio día, marcarían el tema de conversación y sería el escándalo más redituable de la prensa. Pero lo que marcaría la actividad de los principales foros de discusión japoneses sería más bien la muerte por infarto de 93 criminales, entre ellos Kuroyanagi. La información se había filtrado entre los funcionarios de las cárceles y correccionales de todo el país. El sindicato estaba alerta y pasaba sendos comunicados mediante e-mails. La secretaria del pabellón de “Avanzada Edad” distribuía las impresiones a todos sus compañeros. No lo hacía con mucho agrado, pero cuando la palabra “Kira” figuraba en los textos, se volvía curiosamente diligente y se interesaba más.
Desde que Sayu Yagami había ingresado a la prisión de Abashiri, se había convertido en una funcionaria de primer nivel, debido a sus aptitudes para el manejo de situaciones de urgencia en el área geriátrica. Los últimos incidentes habían abierto de nuevo una profunda cicatriz en su mente, una que hasta hace poco se había decidido a cerrar por sí misma.
Los ancianos se mostraban muy dóciles, ella les veía como niños pequeños… les cuidaba y creía que sus almas alcanzarían el cielo, ya que con cada día que pasaba, sentía que la nobleza de esos corazones crecía más, por el arrepentimiento. ¡Y no podía creer que los historiales y antecedentes tuvieran nada que ver con ellos! Fue por eso que nunca se encariñó con ninguno en especial. Asesinatos, violaciones, peculado… Sayu se preguntaba a sí misma cuantos de ellos serían inocentes, y cuantos habrían sido la encarnación del demonio mismo para sus víctimas.
Mientras sus dudas sobre la noción correcta de justicia trataban de hacerle dubitar sobre sus propios actos, la ascendieron en niveles por su entrega en las labores; ahora el puesto de secretaria la mantenía más ocupada para alejarse de sus sentimientos. Vestía de luto, aún así, siempre mostraba su impasible sonrisa a quien necesite verla. La fingía, pero había aprendido a mantenerla sin rigidéz para hacer más pasajera su estadía en esa curiosa prisión.
Pero la última vez que la fingió es recordada por todos en ese pabellón. Hace dos meses, los pacientes – reclusos murieron. Todos en absoluto. Victimas del infarto otorgaron un oscuro silencio a la sala comedor que Sayu solamente podía contemplar, sin comprender. Lloraba riendo… lloraba porque les tenia un cariño especial a todos. Sonreía porque pensaba que sus almas habían sido purificadas. Quizás haya sido esa la razón tras su designación como secretaria. Piedad irracional.
Dirigiéndose a su habitación, se abandono en el tenso colchón mientras la oscuridad irritaba sus ojos.
Esa mañana de domingo ella despertó llorando. Recordó en sueños. Entonces se sentó sobre el futón y se abrazó las rodillas dejando que su largo pelo oscuro las caliente ¡y no pudo evitar temblar!
– “¿Qué me está pasando?”
Sayu pasó tres años de su vida cuidando a su madre. La artritis reumatoide y la depresión en la que ingreso Sachiko acortaron su existencia. El delirio que tenía por ver de nuevo a su marido y a su hijo le generó un complejo de culpa y un tremendo odio hacia la institución policial. Su fisiología se vio alterada, fue presa de la diabetes y poco a poco fue perdiendo la movilidad de sus piernas. Guardaba cama todo el tiempo y su hija se vio forzada a dejar la universidad para dedicarse a cuidarle. Ella solo sentía el sufrimiento y el pesar de su madre, fusionándolo con el suyo propio. Por alguna razón no terminaba de explicarse, tenía una animadversión a los hombres que sentía con todas sus fuerzas. Sentía miedo de lo que una vez sintió cuando fue capturada. Sentía y no quería expresarlo. Sentía, pero la razón de esos sentimientos hace años que había desaparecido en la clandestinidad de la incertidumbre de aquello que firmemente se negaba a recordar.
A pesar de eso, en todo ese tiempo, Toota Matsuda siempre las visitaba. La ira de Sachiko se había acentuado mucho más; por lo que se convertía instantáneamente en indiferencia. Y Sayu deseaba que él se fuera y que no permaneciera tanto tiempo con ellas. De todos modos, eso nunca sucedía. Matsuda tenía sus razones para sentir que tenía que hacerse cargo de las dos mujeres. En especial de Sayu. Su carga era demasiada para dejarla sola. Pero ella fue muy clara cuando Matsuda se arriesgó a pedirles que le dejen quedarse en su casa.
- “Créeme, siempre supe que sentías algo muy especial por mí. Te lo agradezco, no sabes… es muy bueno tener como amigo al preferido de mi padre, al amigo de mi hermano. Siempre nos traías las noticias más agradables y tratabas de divertirnos. Pero tú sabes lo que sucedió. No me siento capaz de sentir algo así por tí, te aprecio mucho, pero que convivas cono nosotros es algo que no quiero que pase. Las cosas en esta casa no son como crees que son…”
- “Entiendo eso, y sí. Te quiero bastante, yo… Sayu, sé que atraviesas duros momentos, así que no insistiré más con eso. Pero siempre te ayudaré y contarás con mi ayuda todo el tiempo. Eso es incondicional.” – Matsuda ladeó la cabeza y tratando de contener el llanto murmuraba “te lo debo”.
A la muerte de Sachiko dos otoños atrás, Sayu quedó desolada y recurrió a él. No sabía porqué, si era lo que en verdad quería hacer, pero quería ocuparse en algo. Matsuda le comentó de Abashiri, ya que tenía un particular interés en mantenerla ahí. Era parte de la jurisdicción que el subdirector Aizawa le había asignado recientemente y era también una forma de ocasionar la oportunidad que tanto había estado anhelando. Pero nunca sucedió.
Nada había pasado, nunca, hasta ahora.
Toda la tarde Sayu se había encontrado sumida en pensamientos extraños sobre las extrañas circunstancias de la muerte de Soichiro y Light. Su madre estaba convencida de que las cosas no cuadraban y de que las habían que no les querían decir. Esa impresión empezó a impregnaársele y sus pensamientos le llevaban a la posibilidad de que su padre o su hermano, o ambos incluso, hayan sido Kira en realidad.
Cuando se percató de que no podía cerrar los ojos y que estaba cansada, se dio cuenta de que se encontraba recostada y que amanecía un nuevo día. Un día vacío. Solo tenía que cumplir con su rutina. Y estaba dispuesta a ello. Al llegar, llegó con su extraña sonrisa y actuó como creía venir haciéndolo hasta ahora.
Las horas pasaban, y prender el radio para escuchar las novedades sobre la muerte de tanta gente la dejaron más perturbada todavía. Al momento en que se enteró de que los nuevos cinco pacientes habían fallecido de un infarto, Sayu se dio cuenta de que el día traía un aura rojizo. Estaba fuera de sí misma, pero no podía demostrarlo. Quince minutos después, el parte noticioso de la NHK comunicaba el fallecimiento del Subdirector Aizawa y de todo el personal de la regencia de Shibuya. No oyó el nombre de Matsuda y lo único que le produjo fue un extraño presentimiento. Apagó el radio.
La alarma de un nuevo e-mail la distrajo de sus tristes pensamientos. Revisó el correo electrónico del pabellón, pero no se trataba de un nuevo anuncio del sindicato. Era un correo anónimo.
Un olor a sangre fue lo único que pudo percibir tras leer ese mensaje. Tras cerrar la netbook, cayó de rodillas empujando la mesa.
- ¡Señorita, señorita, un detective de la policía desea hablar con usted; dice que es urgente y se le nota muy histérico! – le gritó desde la puerta el porterodel penal.
Demasiadas cosas estaban por pasar ese día.
Y, precisamente, tres horas después del medio día.
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La prisión Abashiri parecía una vieja casona feudal. La nieve cubría las parcelas y los reclusos recogían la basura y acomodaban los jardines.
Lester sabía que no había tiempo que perder. El encuentro con Near le había dejado con un sabor desagradable y sentía nauseas que las disfrazaba con una tos seca.
Aún traía la sensación de humedad del bote en las ropas. No se sentía muy bien. Su confusión se convertía lentamente en preocupación cuando trataba de entender a Near.
Las ojeras que le había visto, y la repentina delgadez, le hicieron suponer una anemia por depresión. De todas formas, tenía la orden de encargarse del nuevo Kira solo. No debía comentarle a nadie sobre la situación de Near. Ya su reloj electrónico marcaba más allá de las trece.
- “Simplemente no pienso meter mi nariz en este caso. No es que no me interese, Lester; pero hay cosas que son tan vulgares y estúpidas que no merecen mi atención. L habría obrado de ese modo” – Near jugaba con su largo y ondulado cabello mientras miraba la bahía de reojo.
- “¡Pero se trata del regreso de uno de esos cuadernos! ¡De una maldita vez, esto tiene que acabarse…!”
- “No se acabará hasta que todos los involucrados hayan muerto. Incluso yo. Y pues, para eso estas aquí. Tú te encargarás de solucionar este asunto. Es demasiado sencillo.”
- “Pero, Near… ¡este no eres tú! Lo únic…”
- “Calla. Lo único que me interesa es terminar mi castillo.”
- “¿Tu castillo? – inquirió Lester con la frustración de ya no poder encarar los defectos del albino.
- “Si. Mi castillo”.
Lo último que creía recordar era que los ojos de Near estaban húmedos, clavados en esos ridículos naipes de bordes rectos.
– “Vete ya, no tienes mucho tiempo”
La información que le había dado era suficiente. Todo el equipo de investigación de la policía japonesa en el caso Kira había muerto. Hasta entonces, ninguno de ellos había permanecido vivo, siendo sus muertes extrañas. En todos los casos, la única persona que había quedado con vida de ese grupo era el detective Matsuda.
- “Yagami, Sayu” – Lester le tenía una increíble animadversión al apellido. Cuando se enteró que sus antiguos amigos de la CIA habían sido ajusticiados por Kira, el asunto se convirtió en personal.
Los narcotraficantes colombianos se las habían ingeniado para hacer parecer, ante la justicia de ese país, que los cuatro operativos de antinarcóticos eran directos contactos de la exportación de la cocaína. Mikami se había encargado de liquidarlos sin tomar en cuenta los antecedentes correctos. “El Fiscal” – Lester necesitaba de los suficientes elementos de convicción para demostrar la injusticia que traía consigo el uso de esos cuadernos. Bajó del auto con el casco de motocicleta puesto. No podría permitirse correr riesgos innecesarios.
Solo tuvo que apersonarse a la puerta del penal y exhibir su placa en la reja. El guardia conocía demasiado bien ese tipo de insignias. No habían dejado de ser exhibidas ni un solo día en sus narices hasta el mes pasado. Le permitió ingresar sin reparo alguno.
- Estoy buscando a esta señorita. – Le mostró la foto que acaba de imprimir en el coche
- ¿La conoce?
- Ah! ¡La nueva secretaria! Por supuesto. Ella debe encontrarse en este momento en la sala de recepción con el oficial Matsuda… esa belleza es bastante solicitada últimamente…
- ¡Lléveme inmediatamente para allá! – Lester preparó su arma, colocándosela en el cinto una vez cargarda.
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Matsuda había reparado en la presencia de Lester. Le veía desde el pasillo. A pesar del casco, no podía tratarse de otra persona. Su contextura era un vivo recuerdo en sus pupilas, y solo atinaba a mirar como las dos siluetas se aproximaban dejando rápidas huella en la nieve. ¿Sería la jornada del Yellow Box lo que le habría traído hasta aquí? El sudor de su cara y sus manos, sumados al temblor que le recorría el cuerpo, le hacían sentir asco de sí mismo.
- Ya es tarde para arrepentimientos. Pero no, debo seguir... pero... pero, mi cabeza, mis manos ¿qué he hecho?... como él... como él podía soportar esta situación por tanto tiempo... ¿cómo alguien podía... matar con una sonrisa en el rostro todo el tiempo? - golpeó su cabeza contra el marco de la ventana de ese despacho. Solo quería llorar. Entonces revisó el cuaderno. Vio los nombres de Aizawa, Mogi escritos con letra entrecortada junto al de Yamamoto, estaban escritos con un trazo fuerte y la decisión de escribirlos, la premeditación, era evidente. Sintió que el temblor se le iba a salir de cuerpo.
- No puedo creer lo que he hecho, ¡no! Me quiero cortar las venas, como pude, cuanta ¿sangre? ¡¿porque?! – gritó.
Un folio con un cuaderno le había sido enviado hace dos días. Era el cuaderno que Near mantenía oculto y que no había sido quemado. Después de todo Matsuda tenía razón. Ya era suficiente con que Near no haya presentado las pruebas de descargo para inculpar a Mikami. La excusa de que sin el jamás hubieran atrapado al Kira original era demasiado extraña. No podía perdonar el hecho de que todos lo hayan aceptado tan fácilmente. Aizawa se mostraba tranquilo al respecto, después de todo, el actual L hacía las cosas y estas eran incuestionables. Mikami siguió cumpliendo sus labores como si nada hubiese pasado después de un año de permanecer en la más absoluta y hermenéutica de las clandestinidades. Y a pesar de eso se reían de él.
Matsuda veía como el mundo había vuelto a ser peor que antes. Un momento de represión no había sido suficiente. Años de miedo e histeria colectiva habían conseguido que la gente sacara lo peor de si cuando se veía sin ataduras. Nunca había visto tanta actividad policial en esos últimos tres años. Asesinato tras asesinato cada día, en el nombre de Dios o la piedad, cada uno más macabro que el otro, cada otro mas macabro que ninguno. Recordó a ese niño asesinado por su madre, una presentadora de noticias la semana pasada y cerró los ojos con más fuerza. Trataba de entender a Light y le estaba dando la razón, se la estaba dando.
“Sabes exactamente que tienes que hacer con esto. - Mikami Teru -”
Solo eso estaba rotulado en el folio de papel. Extrajo el Death Note y se sorprendió de revisar sus hojas. Estaban completamente vacías, pero las hojas con las reglas habían aumentado. Estaban escritas todas ahí. Un sentimiento de querer demostrar sus ideas y destrozar su humillación se apoderaron de él. A la mitad del cuaderno encontró una lista de nombres. “Cómo empezar: …” y a continuación todas las que serían sus victimas.
El recuerdo de Light y su sonrisa, el recuerdo de Light y sus gritos de dolor, los alaridos clamando la ayuda de su shinigami. ¿Y el Shinigami? No había ninguno con él. Entonces presumió que Ryuk andaría con Mikami. Entonces, sintió que podría hacer todo lo que quisiera. Entonces no habrían ojos que le vieran hacer lo que en verdad quería hacer.
Y quería a Near.
Pero había sido demasiado. De repente se dio cuenta de que estaba siendo manipulado y un atisbo de una idea empezaba a rajarle la cabeza. “Me están manipulando y yo me dejé”. ¿Y cómo había llegado a esa conclusión? Porque el último nombre de la lista era el de la persona que más quería ahora. Era por eso que se encontraba ahí. Por eso había ido a Abashiri, por ayuda. Por ver sus ojos, por… tratar de que alguien le explique que estaba sucediendo con él. Y ese alguien tenía que ser ella.
Ante la verdad, ella solo le miró, no podía llorar y no podía creer lo que pasaba. Matsuda creyó que haberle dicho todo eso era un error. Por más que intentaba hacerla reaccionar sujetándole los hombros no conseguía nada. Ella se sumió en sus pensamientos más profundos. Ella se derrumbó.
Sayu Yagami se encontraba sentada a su lado, justo bajo el dintel de la ventana. De lejos, parecería que estaba maniatada y amordazada. Matsuda planeo muy bien sus movimientos, preparó su arma reglamentaria y le cargó dos municiones. Colocó el silenciador. Solo eran los recuerdos. La puerta estaba cerrada y el lacayo de Near entraría en cualquier momento. Matsuda no podía permitir que una nueva utopía se destruya de nuevo. La presencia del cuaderno y el nombre de Mikami eran su esperanza en la retorcida mente que ahora tenía. No había lugar a más dubitaciones. Escuchó los pasos aproximándose rápidamente – “Allí es, están ahí” oyó decir a alguien. Lo que se imaginó en ese momento era demasiado tonto, pero podría funcionar. Las puertas eran anchas. Matsuda la vio de nuevo, sin movimiento alguno.
Se puso detrás, y en el momento en que Lester ingresó empujando la puerta con todas sus fuerzas, Matsuda sintió el golpe y cerró los ojos, en esa posición empujó la puerta al lado contrario y disparó, con los ojos cerrados.
Extraño. Lo último que vio Lester fue a una preciosa princesa que parecía una muñeca invernal sin vida, y podía jurar que, cuando la sangre de su cabeza le manchó el pelo, éste se había vuelto gris por un instante. Cuando quiso girar la cabeza para ver a su asesino solo pudo percibir una silueta. No tuvo mayores pensamientos, pero entendió, asumió, que el miembro más incompetente asignado al caso Kira había acabado con su vida.
Matsuda abrió los ojos y vio el rostro de terror de Sayu que había reaccionado con la sangre que también le salpicó al rostro. Inmovilizado por esa escena, solo le quedó contemplar como la silueta de la figura de su esperanza salía corriendo sin gritar.
Pero Mikami se encontraba al otro lado del pasillo y con la puerta cerrada. Sayu se paró frente a él.
- Has sido tú quien me ha enviado ese e-mail, ¿verdad?
Teru le miraba fijamente a los ojos, como quien reconociera a alguien en el reflejo del iris ajeno. Irradiaba serenidad.
- Así es. Tú eres la hermana de aquel que fue Dios para mí. Yagami Light era Kira. Y su asesino es él.
Matsuda solo atinaba a mirar perplejo. No tenía otra salida, Comprendió que todo esto era una venganza personal, una vendetta. Mikami tenía toda la situación bajo su control, siempre la había tenido. Le estaba manejando como a un títere. Destruía sus sueños y su anhelo más preciado. No, ya lo había hecho antes de que considerara utilizar el cuaderno de la muerte.
Sayu le miro, y la mirada de repulsión y asco que sintió posarse sobre su cara le hicieron tomar la decisión.
Matsuda escribió su propio nombre en el cuaderno con la velocidad y firmeza que habría querido tener años atras.
- Sayu, espero que entiendas que no tuve otra opción. - masculló. - Yo amaba a Light. El descubrir que el mató a tu padre y que nos engañó todo este tiempo había sido el golpe más duro que creí recibir en la vida. Ahora se que sabiendo esto nunca podrás quererme y no es un golpe tan duro... – se acercó a ella mientras Mikami regresaba al vestíbulo. – Te amo. Espero que me perdones, pero no puedo seguir viviendo con tu odio sobre mí. No puedo perdonarme a mí mismo todo lo que he hecho, no puedo perdonarme que un mundo perfecto se haya hecho añicos a costa de mi propia felicidad, pero quería hacerlo, y lo hice. Esto también y lo hice. Ahora conozco la desgracia que acarrea el poder del cuaderno que siempre temí probar. Ahora sentiré lo mismo que sintió tu hermano.
- Entonces es verdad, tu le mataste… acabaste con su vida… ¿el era Kira? – Sayu ya no podía llorar más, pero pensó en su padre y en su madre. Pensó en los momentos alegres que su hermano le había brindado y aceptó la verdad. – Yo te perdono… ahora entiendo porque te hacías cargo. – le abrazó. No por nada se había pasado todo ese tiempo pensando en ellos dos. De alguna forma ese escenario ya estaba previsto en su cabeza.
- Creo que puedo morir tranquilo después de esto…
Matsuda se arrodilló ante Sayu. Mikami aguardaba en la puerta del pasillo, mirando la escena. Solo estaba expectante y lucía algo incómodo.
- No, pero si yo lo entiendo… si él fue capaz de eso, las razones que le motivaron a eso… antes de que te diga algo, ¡dime cuales eran!
- Light ser el dios de un mundo nuevo sin maldad – Matsuda no pudo contener el llanto y todo el remordimiento que traía le provocaron un acceso de tos. – No entiendo como es que las cosas pasaron así, pero espero que lo entiendas, él era poseedor de un poder para el cual los seres humanos no estamos listos… ese poder le pervirtió el corazón… no sé como pasó. Perdóname.
Sayu bajo la mirada, lloraba en silencio también.
- No, amigo. Si es por eso, no tengo nada que perdonarte. Las cosas pasan porque tienen que pasar. Las cosas pasan porque están escritas… quizás en otro cuaderno, o en algo menos formal. – Sayu sentía que iba a desmayarse y no entendía de donde provenía la fuerza que le inspiraba a decirle eso a la persona a la que hace unos pocos instantes antes odió intensamente.
Pero Matsuda ya no respondió. Solo subió los ojos para mirar el rostro de la chica a la que había llegado a amar. Trató de sonreír, porque el remordimiento se fue y se disipó con sus últimas palabras. En ese instante su corazón dejó de latir. Cayó suavemente ante la mirada de Sayu, cayó en el costado izquierdo y parecía la suave caída de un niño que se tiende en su cama después de un arduo día de clases. Le recordó a Light.
- ¿Eres un estúpido, eras un estúpido… como es que te rendiste tan fácilmente? ¿Cómo te atreviste a irte así? Yo te quería… - ella contuvo el llanto.
- Bien, sucedió tal y como tenían que suceder. Señorita Yagami, tenemos que irnos.
Mikami se aproximó a ella y le tendió la mano derecha para que pueda pararse. La expresión de su rostro era demasiado gentil, tanto, que contrastaba con el ambiente de ese pasillo. Sayu creyó que todo se trataba de una farsa montada y que de repente el hombre corpulento y Matsuda se pararían, y se reirían; y aquel hombre que le tendía la mano sonreiría. Pero eso no sucedería. Sayu estaba tan aturdida, que lo único que quiso hacer era salir de ahí. Sujetó la mano de Teru y salieron juntos del pasillo. En esos instantes Sayu sintió que la seguridad que le inspiraba ese hombre era muy familiar. En ese instante solo reparó en la textura de su traje marrón y percibió un aroma a lavanda que la tranquilizó.
Al cruzar la puerta ella percibió el movimiento de sus músculos y de repente la voz de Mikami se torno ágil y empezó a gritar – ¡Hay un hombre muerto en el pasillo, el detective Matsuda ha sufrido un infarto! – Sayu apretó su mano con más fuerza y aceptó la realidad. Todos los pensamientos que traía colapsaron. Ella perdió el conocimiento y se desvaneció, pero Teru la sujetó en sus brazos mientras los dos guardias de seguridad de recepción acudían a corroborar la afirmación del Fiscal.
Al ver el rostro de Yagami, Mikami sonrió; más bien, se trataba de una mueca de satisfacción que le desfiguraba la cara.
Las cosas salieron tal y como él las había escrito la noche anterior.
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